Cumple Chihuahua 313 años de su fundación
Los chihuahuenses nos caracterizamos por ser valientes, nobles y leales, así como lo dice nuestro himno, este 12 de octubre se cumplen 313 años de la fundación de Chihuahua, de aquel momento en que Deza y Ulloa apuntó al piso y dijo que la capital tenía que ser aquí, donde se unen dos ríos.
Hoy se vive un gran día con la conmemoración de nuestra historia, sin duda, es algo de lo que nos debemos sentir orgullosos, todos y cada uno de nosotros. Esta hermosa tierra es hogar de gente valiente y trabajadora, que lleva consigo el orgullo de ser mexicanos, que lucha día a día para salir adelante pero que también piensa en el prójimo.
Los chihuahuenses somos gente hospitalaria, nos caracterizamos por ser solidarios con las causas mas nobles y por tener la disposición para compartir con los viajeros y foráneos nuestra amplia cultura que nos caracteriza.
Los chihuahuenses son, generalmente, ciudadanos pujantes y progresistas que tienen muy acendradas las tradiciones mexicanas y el orgullo por su tierra, sus costumbres y, claro, también por sus tortillas y salsas picantes.
Aquí, más que lo mexicano lo que predomina es la identidad como hispano. Este fuerte arraigo se complementa con la calidez de sus habitantes, la curiosidad por sus vecinos del norte, la sonrisa fácil y el trato paciente y comprensivo con los extranjeros.
Es pues, el momento de festejar estos 313 años de historia, que son los que conforman nuestra capital y con orgullo se puede decir que esa esa historia se ha forjado por hombres y mujeres valientes y trabajadoras, aquellas que desde temprano inician sus labores de manera honrada para llevar de comida a sus casas.
De aquellos ganaderos y agricultores, que no conocen un imposible aún a la mitad del desierto, de los deportistas que día a día trabajan y que han llevado a competencias olímpicas el nombre de nuestra ciudad y país, de las personalidades políticas que han nacido en estas tierras y han sido pilares de la democracia en nuestro país.
Antecedentes históricos
El 12 de octubre de 1709, en medio de los ríos Sacramento y Chuvíscar, don Antonio de Deza y Ulloa, gobernador de la Nueva Vizcaya, estampa su firma en el acta de fundación del Real de Minas de San Francisco de Cuellar, que a través del tiempo llegará a ser la actual ciudad de Chihuahua.
Fue la plata de las minas de Santa Eulalia la que engendró el Real de San Francisco, y será este nuevo núcleo de colonos el que a la postre sobrevivirá, después de agotados todos los metales, en forma de moderna y magnífica ciudad.
La opulencia de los primeros tiempos fue grande, y por el año de 1718 el primitivo real mereció la atención del virrey marqués de Valero, quien le concede el título de villa y le cambia el nombre por el de San Felipe del Real de Chihuahua, título que conservó hasta la independencia de México, cuando pasó a ser capital del estado, asumiendo una nueva vida y estrenando su nombre actual de ciudad de Chihuahua.
La huella del tiempo ha marcado a nuestra urbe, y en los tres siglos de su historia han quedado monumentos y templos que señalan de modo elocuente los hitos de su destino.
El primer templo que se construyó se dedicó a Nuestra Señora de Guadalupe. Muy cerca de la anterior capilla, en 1715 se levantará otra para la Tercera Orden de San Francisco, en cuyo presbiterio, en julio de 1811, fue sepultado el cuerpo del Padre de la Patria, don Miguel Hidalgo. Este templo de San Francisco es un ejemplo típico de la arquitectura misional de los franciscanos y el único que aún guarda dos magníficos retablos del siglo XVIII.
Pero la plata seguía fluyendo de las minas y dio para mucho más. Sustrayendo un real de cada marco que se producía en las vetas, en 1735 se empezó la construcción de una sinfonía de cantera que sería la actual catedral: indudablemente la mejor obra del barroco mexicano en el septentrión de la Nueva España. Se trata de un singular edificio por el equilibrio y la unidad del conjunto, que remata en dos esbeltas torres de cantera ocre, las cuales resaltan contra el azul cobalto del cielo. Una capilla anexa dedicada a la Virgen del Rosario es un exquisito relicario, extraordinario en el relieve de su fachada, que entabla una feliz competencia con las otras portadas del templo cargadas de follaje barroco y terminadas en roles y arcángeles.
Igualmente interesante es la capilla de Santa Rita, del siglo XVIII, otro recuerdo entrañable para los chihuahuenses. El culto de Santa Rita ha calado tan hondo en Chihuahua que la fiesta de la santa, el 22 de mayo, pasó a ser la feria más importante de la ciudad, y el pueblo la considera como su patrona, olvidando de paso a la que oficialmente se dedicó la parroquia, que fue Nuestra Señora de Regla. En esta pequeña iglesia resulta notable la armonía que se consiguió entre el adobe y la cantera, complementada con el artesonado de su viguería.
Pero no sólo iglesias nos dejó el virreinato, sino también mansiones y obras de arquitectura civil. El progreso demolió la mayoría de las casonas señoriales, pero salvó para la posteridad el antiguo acueducto con sus esbeltos arcos de medio punto y 24 metros de altura.
Volviendo al centro, en la Plaza de Armas vemos un quiosco de metal traído de París, el cual fue colocado en 1893 junto con las estatuas de fierro que adornan los arriates del jardín; aquí se yergue lleno de elegancia el actual Palacio Municipal, construido en 1906 por los ingenieros Alfredo Giles y John White; tiene un inconfundible sello francés de fin de siglo que remata en verdes buhardillas con claraboyas. Su Sala de Cabildos es muy elegante y sus vitrales son dignos de admiración.
Pero indudablemente que la mejor herencia que nos quedó del siglo pasado es el Palacio de Gobierno, cuya inauguración se realizó en junio de 1892. Este edificio es una muestra muy bien lograda del eclecticismo arquitectónico que imperaba en Europa.
Sería penoso omitir la presencia del Palacio Federal, inaugurado en 1910, dos meses antes de estallar la revolución. Este edificio se construyó donde antiguamente estuvo el Colegio de Jesuitas y después la Casa de Moneda. El Palacio Federal conservó respetuosamente el cubo de la torre que sirvió de prisión a Hidalgo y que aún puede visitarse.
Son muchos los monumentos que adornan a esta ciudad capital, sólo señalaremos algunos por considerarlos los más representativos: el dedicado a Hidalgo en la plaza del mismo nombre, formado por una esbelta columna de mármol que remata en una estatua del héroe en bronce. El de Tres Castillos en la Avenida Cuauhtémoc, que nos recuerda nuestras luchas durante 200 años contra apaches y comanches. El monumento a la Madre que nos dejó Asúnsolo enmarcado por una bella fuente y jardín y, claro, la obra maestra del mismo Ignacio Asúnsolo dedicada a la División del Norte, simbolizada en la mejor estatua ecuestre que logró el genial escultor parralense. Cerramos con broche de oro por donde se debe entrar: la Puerta de Chihuahua, del famoso escultor Sebastián, que se encuentra en la entrada de nuestra ciudad.
Si el visitante quiere deambular despreocupadamente por las calles de Chihuahua, se topará sin quererlo con residencias que lo obligarán a detenerse: la Quinta Creel, la Casa de los Touche y, por supuesto, la Quinta Gameros.
Pero si se quiere visitar museos, Chihuahua los tiene, y muy buenos: la Quinta Gameros, el Museo de Pancho Villa, el Museo Casa de Juárez y el Museo de Arte Moderno.
Las colonias del norte de la ciudad son modernas y con amplias avenidas arboladas. Recorra sus pasos a desnivel y váyase al periférico Ortiz Mena para que aprecie lo promisorio del futuro de esta ciudad… y le queden ganas de regresar otra vez a continuar disfrutándola.